Hablamos de otros tiempos, de cuando Bédar era un importante centro minero lleno de actividad y varios miles de habitantes, con su Hospital, almacenes de comestibles, cuartel de la Guardia Civil… diversos cables aéreos de transporte de mineral, e incluso un ferrocarril que la conectaba con Garrucha… hasta el alcalde de Bédar escribía sus cartas en papel con membrete propio.
Una de las locomotoras del ferrocarrión Bédar-Garrucha con dos vagones y la jardinera en la estación de Tres Amigos (Bédar) hacia 1903, colección del autor
Hacia 1919, y tras el parón ocasionado por la Gran Guerra, se creaba la Unión Bedareña, como fusión de las dos grandes compañías mineras que hasta entonces habían explotado las minas bedarenses. La nueva compañía estaba entregada a una actividad febril, reparando las vías del ferrocarril, construyendo nuevas e impresionantes tolvas, como la tolva de la Barrilla, la famosa tolva-depósito de Tres Amigos o las tolvas cónicas de la Cueva Oscura o la del barranco de la Fuentecica, en el actual campo de fútbol del municipio. Los ingenieros directores de la empresa, Alfredo Dörn y Andrés López de la Presa se afanaban en ultimar los preparativos para una reanudación de las explotaciones que varios compradores esperaban con impaciencia.
Juan Antonio Jódar Cánovas, en la única fotografía conocida, ya muy mayor y afecto de cataratas
En los planes de explotación, se había previsto instalar una vía para vagonetas que conectara el pozo Plaza, de la mina Segunda Mulata, con la tolva de la Fuentecica. Pero había un problema… los terrenos por donde debía pasar la vía pertenecía a Juan Antonio Jódar Cánovas, también conocido como El Alpargatero.
Aunque desconocemos su fecha de nacimiento, sí que sabemos que Juan Antonio sufrió a los 17 años un grave accidente en la mina, seguramente en La Mulata. Un desprendimiento le fracturó ambas piernas, un tipo de fracturas conocidas como «conminutas» en término médico, es decir, con numerosos fragmentos. Tras 5 años de rehabilitación, quedó incapacitado, y durante toda su vida tuvo que ir retirando las astillas de hueso que, periódicamente, perforaban la piel y que tenían que ser extraídas con unas pinzas. Como no pudo volver a la mina pero no carecía de iniciativa, rápidamente se formó e inició en el negocio de la fabricación de alpargatas junto a unos zapateros de Vera, ganando el apodo que conservaría toda su vida y que heredarían sus descendientes. Con el tiempo los socios se separaron. Más tarde, los de Vera consiguieron algo de capital, instalando una conocida fábrica de alpargatas en Vera. Juan Antonio continuó en solitario con el oficio, ya que habiendo enviudado pronto y con cinco hijos a cargo, no tuvo más remedio.

Membrete de una carta de la fábrica de alpargatas de Vera de 1940
Con una inteligencia prodigiosa y una no menos fuerte de determinación, Juan Antonio Jódar tenía fama de intratable en cuanto veía afectados sus intereses, siendo imposible ni de engañar ni de intimidar. Se han conservado en la tradición oral de la familia numerosas anécdotas al respecto. Ya muy mayor y casi ciego por cataratas, todavía era capaz de recordar de memoria obras de teatro completas, hasta recordaba el oficio litúrgico completo en latín. Literalmente, se sabía la misa en latín.
Pero más allá de lo que se cuenta en la familia, hemos localizado unas cartas del ingeniero director Andrés López dirigidas al otro ingeniero, Alfredo Dörn. En ellas le comenta las complicadas negociaciones con el propietario de los terrenos que necesitaban en el barranco de la Fuentecica: Juan (Antonio) Jódar Cánovas. Ni consiguió convencerlo en una entrevista ni tampoco sirvió de nada la intermediación del entonces alcalde, Bernardo Ortega. Tampoco sirvió de nada la influencia de su entonces cuñado, Juan Campoy Fernández. Andrés López, ya algo desesperado, escribió varias veces a su colega Alfredo Dörn, llegando a solicitar la intervención del abogado de la compañía Francisco Ferrer. La correspondencia indica como al final Juan Antonio consigió las indemnizaciones que solicitaba por los terrenos.
Carta de febrero de 1919 en la que el ingeniero director Andrés López de la Presa explica el problema con el propietario de los terrenos de Sengunda Mulata a su colega Alfredo Dörn.
Estas cartas demuestran, sin duda alguna, los relatos conservados en la familia y hoy aquí yo, bisnieto de este hombre, me encargo de recordarlo para la posteridad.
Juan Antonio Soler Jódar