El Pinar de Bédar: la mina Águila

Volvemos a ver hoy una de las centenares de minas poco conocidas de Bédar, la mina Águila, ubicada en El Pinar de Bédar. Como de costumbre, se trata de una mina muy poco conocida, pero con una cierta importancia en la historia minera del municipio por una serie de razones que no vamos a tratar aquí en profundidad, ya que pronto nuestro amigo José Berruezo publicará pronto un artículo, fruto de una concienzuda investigación al respecto de la oscura época minera que se desarrolló entre los años 1850 y 1860.

 

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En general, la mina Águila nos lleva al casi desconocido tema de la participación local en la minería. Aunque los trabajos mineros estuvieron copadas por empresas extranjeras, los vecinos de Bédar no se limitaron a ser simples espectadores o trabajadores en ellas, hubo muchas iniciativas, algunas de las cuales merecen un capítulo propio en la historia minera de la localidad.

Esta mina es el centro precisamente de uno de estos proyectos, cuyas consecuencias podremos conocer con detalle gracias al trabajo de José Berruezo. El promotor no fue otro que Antonio Bolea Rodríguez, el padre del conocido y estimado médico bedarense Antonio Bolea García. Pocos sospechan de la intensa actividad minera de esta familia, en especial en las minas de plomo de El Pinar de Bédar. Fallecido en 1902 a los 80 años, Antonio Bolea Rodríguez fue una persona muy respetada en el pueblo, habiendo sido también secretario del Ayuntamiento, y del que sospechamos que tuvo un papel importante, aunque todavía no está claro, en el famoso motín de 1850.

 

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Los restos en esta pequeña mina no se diferencian demasiado de las similares del mismo periodo, aunque los trabajos son de cierta importancia si tenemos en cuenta los medios precarios que se utilizaron para su explotación, en busca de las finas vetas de galena que caracterizan estos criaderos. A parte de las características galerías de poca profundidad, destaca una hoya o explotación a cielo abierto de ciertas dimensiones.

 

Juan Girona Gallardo: trabajos en las alturas en el cable aéreo de Bédar a Los Gallardos

Como no podía ser de otra forma, la historia minera de Bédar ha dejado muchas historias, hombres valientes que se enfrentaban a los numerosos peligros del trabajo en la mina con tal de llevar un jornal a sus hogares.

El puesto de mecánico del cable no era de los más sencillos. Para empezar no podían permitirse tener fobia a las alturas, los desperfectos y averías en las columnas y en el cable exigía subir a las columnas y, en ocasiones, desplazarse por el cable. Esto desde luego suponía un riesgo importante, sobre todo cuando no había los sistemas de seguridad que hoy en día existen para hacer este tipo de trabajos con seguridad.

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Antes lo más habitual era desplazarse utilizando las mismas vagonetas, así lo atestigua unaccidente acaecido en 1891. El guarda del antiguo cable Bédar-Garrucha de la Compañía de Águilas se encontraba recorriendo la línea de 17 kilómetros montado en una de las vagonetas, su trabajo consistía en ir engrasando la línea. Cuando se encontraba ya cerca de la estación de Garrucha, una de las anillas que sujetaban su vagoneta al cable se abrió y cayó desde una altura de unos 10 metros, muriendo al instante.

El cable que construyó Hierros de Garrucha para llevar el mineral desde las minas de Serena hasta Los Gallardos (algo menos de 4 kilómetros) empezó a funcionar en 1956 y su mantenimiento estaba encargado a la empresa «García de Legarda, Hijo». El mecánico, Juan Girona, era sin duda un hombre excepcional. No sentía ningún respeto por las alturas y sus reparaciones del cable, a veces a muchos metros de altura, eran espectáculos dignos del mejor espectáculo de equilibristas.

 

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A veces ocurría que el cable, a su vez compuesto de diferentes cables más pequeños, sufría desperfectos y se deshilachaba. Estos cables rotos podían hacer descarrilar las vagonetas. Alguien debía entonces acercarse para cortar estos filamentos con unas tenazas, y ese era Juan Girona.

Sin embargo Juan no utilizaba una vagoneta para realizar estas tareas, era demasiado arriesgado acercarse utilizando el motor del propio cable. Juan tiró de ingenio e inventó él mismo lo que necesitaba. Con el marco de una vieja bicicleta de acero y los pendientes de dos vagonetas (el sistema de enganche con rodaduras que permitía a la vagoneta desplazarse por el cable) dio instrucciones al taller para que le construyeran lo que vendría a ser una original bicicleta para cable aéreo. Conectando la cadena de la bicicleta a una de las rodaduras, podía desplazarse por el cable sin necesitar de ninguna ayuda externa.

 

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Juan Girona trabajando en Alicante después del cierre de las minas.

 

Quien lo vio en acción en el barranco Baeza, donde a más altura discurría el cable aéreo, no olvidan el «espectáculo» que suponía ver a ese hombre moviéndose por el cable con su extraño artefacto, un espectáculo de vértigo.