El Pinar de Bédar: objetos curiosos del mayor archivo privado conocido referente a la minería histórica.

En primer lugar querríamos agradecer a todos los que ya han adquirido el libro sobre El Pinar, ya sea en su versión en españolo o en inglés. Para los que dudan, vamos a comentar alguna de las novedades incluidas en esta obra, especialmente para los aficionados a la historia y patrimonio del Levante almeriense.

Candil de piquera de época califal con decoraciones epigráficas.

Es conocido lo difícil que es acceder, con fines de investigación, a la documentación y objetos de época de las empresas mineras del XIX y principios del XX, no digamos ya fotografías. Por lo general, lo poco que hay es buscado con avidez y atesorado por coleccionistas privados, en un lucrativo mercado de libros, periódicos, planos de época, minerales de colecciones antiguas, acciones mineras y las siempre codiciadas fotografías de época. De esta manera, los descubrimientos documentales rápidamente se fragmentan y distribuyen por los diferentes mercados con destino a coleccionistas, cuyo único objetivo es adquirir una nueva pieza para sus respectivas colecciones, sin importarles su contexto o valor para los investigadores.

Nos queda, casi en exclusiva, los archivos públicos, en especial el Archivo Municipal de Vera y el Archivo Histórico Provincial de Almería, además de las diferentes hemerotecas públicas nacionales. Estos archivos nos permiten suplir en parte esta carencia, pero echamos mucho de menos los documentos de primera mano de las empresas, que son los que suelen contener dar más pistas sobre las motivaciones y los por qués de los acontecimientos investigados.

Dos de los objetos procedentes del hospital minero de El Pinar. Se trata de un inhalador de cloroformo en su estuche, utilizado para anestesias (izquierda) y una Pipe of Peace de Sir Hiram Maxim (derecha), un inhalador para tratar afecciones bronquiales ideado por el inventor de la famosa metralleta que lleva su nombre.

Al enfrentar el estudio de la minería de El Pinar nos encontramos tan solo con una serie de tradiciones orales de difícil comprobación y, eso sí, gran cantidad de documentación en los referidos archivos. Esto nos permitió perfilar su historia con algo más de precisión, pero quedaban muchas preguntas en el aire y enormes lagunas sober las que solo podíamos emitir algunas hipótesis.

Esto cambió con el descubrimiento de los archivos familiares de Dietrichson y Thorkildssen en Noruega (gracias a nuestra amiga Lise Hansen). Este es un momento clave que marca un punto de inflexión claro en nuestra forma de investigar, atisbando la dimensión internacional de lo que ocurrió en nuestra tierra, buscando y localizando documentación en lugares tan distantes como Alemania, Inglaterra, Francia y EEUU. Es evidente que, además de suponer un avance significativo en nuestras pesquisas, este nuevo enfoque nos permitió expandir nuestras investigaciones más alla de las fronteras de la provincia, escapando al tradicional localismo de la investigación histórica almeriense y de sus dogmas históricos establecidos, ya un poco manidos y faltos de actualización. Además pudimos liberarnos de la dependencia asfixiante de los pocos archivos locales, privados o no, existentes.

El nuevo flujo de datos, documentos y fotografías nos permitió elaborar una primera obra de síntesis que seguramente muchos conocerán, se trata del libro «MINASCABLES, FERROCARRILES, FUNDICIONES Y EMBARQUE DE MINERALES», publicado en 2021. En esta obra volcamos toda la información y documentación recopilada hasta el momento, lo que la ha convertido en una referencia para la minería en el Levante.

Báscula de precisión del laboratorio de El Pinar.

Pero a pesar de todo, no estaría completo sin la documentación de primera mano, la de las propias empresas que gestionaron la minería en El Pinar de Bédar. Y finalmente, ya sea a causa de nuestra constancia o por algún tipo de milagro, llegó finalmente. Así llegaron accedimos a los archivos de la 2ª división de la Compañía de Águilas y de la Unión Bedareña, con domicilio social en El Pinar de Bédar primero y en Vera después. Siguendo la buena racha, también localizamos los de la empresa TRAMISA, que siguieron los trabajos de las primeras

No entraremos en cómo se descubrió este completo archivo de una empresa histórica, que creemos único, lo importante es que pasamos de contar, con suerte, con una carta sobre un tema específico a tener que seleccionar las cartas más relevantes. En efecto, con más de 5.000 cartas, muchas personales, unos 300 planos, objetos topográficos y administrativos, libros, cuadernos de notas, folletos de proveedores. Por primera vez nos vimos desbordados de documentación, lo que supuso un ardúo trabajo de identificación, clasificación y catalogación de la documentación y objetos encontrados, lo que llevó un trabajo continuado de 4 meses.

En especial, esta documentación venía a cubrir el muy desconocido periodo minero entre 1910 y el final de la guerra civil española, por lo que a la historia se se añadía el difícil periodo bélico, con una cantidad asombrosa de documentación que haría las delicias de cualquier investigador de ese periodo, incluyendo el espinoso asunto del contrabando de wolframio por parte de los alemanes durante la segunda guerra mundial.

Este reloj de pared es el original que estuvo instalado en la fachada de las Oficinas centrales de la Compañía minera en El Pinar de Bédar.

La obra sobre el Pinar de Bédar que hemos publicado recientemente incluye mucha información procedente de este archivo. Es precisamente esa información la que nos ha permitido completar y actualizar la información que ya pubicamos en nuestra anterior obra. Por motivos obvios, no está incluida toda la documentación, como solemos hacer, pero sí la más relevante y los objetos más curiosos.

Entre algunas de las curiosidades encontramos los recibos de avance de fondos para los últimos partidarios de las minas de plomo en 1926; unos rarísimos vales para bienes de consumo de la guerra civil española, la tercerola rolling block de calibre 43 de uno de los guardias jurados de El Pinar, una de las máquinas de escribir originales Remington de las oficinas o incluso el antiguo reloj de pared, objetos de la iglesia y del hospital del poblado minero, etc.

El Pinar de Bédar: la mina Águila

Volvemos a ver hoy una de las centenares de minas poco conocidas de Bédar, la mina Águila, ubicada en El Pinar de Bédar. Como de costumbre, se trata de una mina muy poco conocida, pero con una cierta importancia en la historia minera del municipio por una serie de razones que no vamos a tratar aquí en profundidad, ya que pronto nuestro amigo José Berruezo publicará pronto un artículo, fruto de una concienzuda investigación al respecto de la oscura época minera que se desarrolló entre los años 1850 y 1860.

 

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En general, la mina Águila nos lleva al casi desconocido tema de la participación local en la minería. Aunque los trabajos mineros estuvieron copadas por empresas extranjeras, los vecinos de Bédar no se limitaron a ser simples espectadores o trabajadores en ellas, hubo muchas iniciativas, algunas de las cuales merecen un capítulo propio en la historia minera de la localidad.

Esta mina es el centro precisamente de uno de estos proyectos, cuyas consecuencias podremos conocer con detalle gracias al trabajo de José Berruezo. El promotor no fue otro que Antonio Bolea Rodríguez, el padre del conocido y estimado médico bedarense Antonio Bolea García. Pocos sospechan de la intensa actividad minera de esta familia, en especial en las minas de plomo de El Pinar de Bédar. Fallecido en 1902 a los 80 años, Antonio Bolea Rodríguez fue una persona muy respetada en el pueblo, habiendo sido también secretario del Ayuntamiento, y del que sospechamos que tuvo un papel importante, aunque todavía no está claro, en el famoso motín de 1850.

 

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Los restos en esta pequeña mina no se diferencian demasiado de las similares del mismo periodo, aunque los trabajos son de cierta importancia si tenemos en cuenta los medios precarios que se utilizaron para su explotación, en busca de las finas vetas de galena que caracterizan estos criaderos. A parte de las características galerías de poca profundidad, destaca una hoya o explotación a cielo abierto de ciertas dimensiones.

 

Juan Girona Gallardo: trabajos en las alturas en el cable aéreo de Bédar a Los Gallardos

Como no podía ser de otra forma, la historia minera de Bédar ha dejado muchas historias, hombres valientes que se enfrentaban a los numerosos peligros del trabajo en la mina con tal de llevar un jornal a sus hogares.

El puesto de mecánico del cable no era de los más sencillos. Para empezar no podían permitirse tener fobia a las alturas, los desperfectos y averías en las columnas y en el cable exigía subir a las columnas y, en ocasiones, desplazarse por el cable. Esto desde luego suponía un riesgo importante, sobre todo cuando no había los sistemas de seguridad que hoy en día existen para hacer este tipo de trabajos con seguridad.

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Antes lo más habitual era desplazarse utilizando las mismas vagonetas, así lo atestigua unaccidente acaecido en 1891. El guarda del antiguo cable Bédar-Garrucha de la Compañía de Águilas se encontraba recorriendo la línea de 17 kilómetros montado en una de las vagonetas, su trabajo consistía en ir engrasando la línea. Cuando se encontraba ya cerca de la estación de Garrucha, una de las anillas que sujetaban su vagoneta al cable se abrió y cayó desde una altura de unos 10 metros, muriendo al instante.

El cable que construyó Hierros de Garrucha para llevar el mineral desde las minas de Serena hasta Los Gallardos (algo menos de 4 kilómetros) empezó a funcionar en 1956 y su mantenimiento estaba encargado a la empresa «García de Legarda, Hijo». El mecánico, Juan Girona, era sin duda un hombre excepcional. No sentía ningún respeto por las alturas y sus reparaciones del cable, a veces a muchos metros de altura, eran espectáculos dignos del mejor espectáculo de equilibristas.

 

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Juan Girona Gallardo

A veces ocurría que el cable, a su vez compuesto de diferentes cables más pequeños, sufría desperfectos y se deshilachaba. Estos cables rotos podían hacer descarrilar las vagonetas. Alguien debía entonces acercarse para cortar estos filamentos con unas tenazas, y ese era Juan Girona.

Sin embargo Juan no utilizaba una vagoneta para realizar estas tareas, era demasiado arriesgado acercarse utilizando el motor del propio cable. Juan tiró de ingenio e inventó él mismo lo que necesitaba. Con el marco de una vieja bicicleta de acero y los pendientes de dos vagonetas (el sistema de enganche con rodaduras que permitía a la vagoneta desplazarse por el cable) dio instrucciones al taller para que le construyeran lo que vendría a ser una original bicicleta para cable aéreo. Conectando la cadena de la bicicleta a una de las rodaduras, podía desplazarse por el cable sin necesitar de ninguna ayuda externa.

 

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Juan Girona trabajando en Alicante después del cierre de las minas.

 

Quien lo vio en acción en el barranco Baeza, donde a más altura discurría el cable aéreo, no olvidan el «espectáculo» que suponía ver a ese hombre moviéndose por el cable con su extraño artefacto, un espectáculo de vértigo.